domingo, 5 de julio de 2009

CRIATURAS DE LA NOCHE 1: Upires, hacedores de mágia postuma

vampiri şi magic postuma

Una crónica aparecida en Le Mercure Galant en 1694 relataba la existencia de upires en Rusia y Polonia. Siguió luego el testimonio de Joseph Pitton de Tournefort, botanista de Luis XIV de Francia, que en su "Viaje al levante" publicado en 1702, documentaba un extraordinario caso de histeria colectiva, provocado por apariciones de brucolacos en la isla griega de Miconos. Las historias referidas por Karl Ferdinand Von Schertz en "Magia Posthuma", obra impresa en Olmütz en 1706, informaban sobre el mismo fenómeno en Bohemia y Moravia: vampiros o "magos póstumos", cuyos cuerpos ofrecían signos de corrupción, abandonaban sus tumbas por las noches, alborotaban las aldeas atacando animales y personas, mordiéndolos o devorando sus vísceras.

El este de Europa fue la tierra madre de los vampiros. El termino griego brucolaco o vrucolaca, traducido como "mordedor", "devorador" o "roedor", contiene la raíz etimológica de la palabra "bruja", igualmente el vocablo ruso upir, que proviene del turco uber, cuyo significado es el mismo. El origen de la superstición se relaciona ampliamente con el problema religioso de la corrupción de los cuerpos: contra la creencia católica de que aquellos cadáveres que se mantenían intactos llevaban la marca de la santidad, los cristianos ortodoxos, estaban convencidos de que los cadáveres que no se corrompían pertenecían a excomulgados; para los cismáticos, los muertos sin absolución de convertían en malvados hechiceros y la única forma de liberarse de ellos era profanando sus tumbas, sacándoles el corazón y quemando sus restos por separado.


En 1725, desde la aldea lejana de Kizolova entre Transilvania y Bucovina, se extendieron noticias de un difunto llamado Plogojovitz, un viejo campesino Rumano acusado de vampirismo, responsable de la muerte de 8 personas. Al ser desenterrado luego de 10 días, se lo encontró con los ojos abiertos, las mejillas sonrosadas, los pies cubiertos de barro y las vestimentas rasgadas. Su exhumación y ejecución ante autoridades del Imperio Austro-Húngaro representó la primera de una larga serie dando lugar a la difusión de rituales eficaces para conjurar a muertos crueles, incinerando el cadáver, clavandole una lanza en el pecho, trepanarle el corazón o decapitarlo. También se difundieron talismanes y recetas para prevenir su influencia maligna: se colocaban ristras de ajo en las puertas de las casas, usaban crucifijos, y no se ingería carne de animales aparentemente infectados.

En 1728, con el propósito de esclarecer el caso del vampiro "Plogojovitz", el alemán Michael Ranft, diacono de Nebra, publicó en Leipzig un breve tratado en latín, titulado "De Masticatione Mortourum in Tumulis", donde analizaba detalladamente las pruebas aportadas por la justicia Austriaca. Ranft, se propuso derribar la superstición del vampirismo analizando el proceso de la corrupción de la carne. Entonces dio una explicación biológica del crecimiento de uñas y cabellos en los muertos, atribuyendo a causas mineralógicas la certeza de que los cuerpos enterrados se encontraran en buen estado de conservación en Hungría y sus alrededores.

Entre 1730 y 1735 una plaga de cadáveres hambrientos se dio sobre Valaquia, Moldavia y las provincias Iliricas. Por las noches las victimas del vampirismo se multiplicaban, aldeanos profanaban cementerios en plena luz del día y descargaban su odio contra los muertos. Por esos años Johann Heinrich Zopfius, publicó "Dissertatio de Vampiris", tratado pseudo científico muy popular en Alemania e Inglaterra, que ayudo a fijar de manera definitiva la imagen del vampiro como un resucitado en cuerpo, que chupa la sangre de los vivos provocando debilidad mortal, contagiando al hombre o la mujer que actúan de blanco para sus ataques. Este fenómeno de histeria colectiva llamo la atención del Marqués d'Argens en una de sus "Cartas judías" de 1736 alarmando a todos los ilustrados. Un diario de Londres, ridiculizó las informaciones procedentes del este de Europa. Una gaceta de Nüremberg dedicó una serie de fascículos al esclarecimiento de los terribles procesos contra los muertos realizados en Serbia, con la intervención de jueces y sacerdotes.


A mediados de siglo, el protomédico real Gerard van Swieten elaboró, por petición de la emperatriz María Teresa de Austria, un informe extensamente detallado sobre los vampiros. En la investigación participaron otros científicos de Viena y concluyeron que se trataba solo de una frívola "superstición popular", fruto de la sombría y trastornada fantasía de ignorantes campesinos. Swieten advertía que las exhumaciones solían fundarse en la creencia de que el vampiro podía también contagiar a los demás muertos con los que compartía el cementerio, acarreando la vergüenza completa de hombres y mujeres que habían llevado una vida de gran dignidad y haciendo sospechosos de vampirismo a niños inocentes y solicitaba la sanción de leyes que limitaran tales arrebatos, en defensa de conservar el buen nombre de los ciudadanos muertos y de sus familias. El informe de Swieten persuadió a la emperatriz de la necesidad de combatir la superstición y prohibir, bajo penas gravísimas, las exhumaciones de cadáveres no justificadas por una "razón natural". En forma paralela, la Iglesia Católica, que hasta el momento no se había pronunciado sobre la materia, se hizo eco de las recomendaciones de los médicos y condenó por primera vez, en un documento de La Sorbonne, los actos "inhumanos y violentos" que se practicaban sobre cuerpos muertos.

En consonancia con Roma, el reverendo Augustin Calmet, sacerdote benedictino de la congregación de Saint-Vannes, abate de Senone y famoso comentarista de la biblia, se propuso reunir todas las pruebas disponibles. En su “Disertación sobre los revinientes en cuerpo, los excomulgados, los upires o vampiros, brucolacos, etc.”, publicada en 1751, cotejó documentos, examinó evidencia judicial, reprodujo cartas de testigos, analizó la bibliografía existente y narró innumerables historias para llegar a una firme conclusión: "Que los vampiros, o revinientes de Moravia, Hungría, Polonia, etc. de quienes se cuentan cosas tan extraordinarias, tan especificadas, tan circunstanciadas, tan revestidas de todas las formalidades capaces de hacerlas creer, y probarlas jurídicamente en los Tribunales más exactos, y severos, que todo lo que se dice de su regreso a la vida, de sus apariciones, de la turbación que causan en las poblaciones y en las campañas, de la muerte que dan a las personas, chupándoles la sangre, o haciéndoles señal para que los sigan; que todo esto no es más que ilusión y efecto de una impresión fuerte en la imaginación. Ni se puede citar testigo alguno juicioso, serio, y no preocupado, que testifique haber visto, tocado, interrogado, examinado de sangre fría estos revinientes, y pueda asegurar la realidad de su regreso, y de los efectos que se le atribuyen".


Hacia 1753, temiendo que la superstición se arraigara también a la Península Ibérica, el teólogo español Benito Jerónimo Feijoo manifestó en una de sus cartas eruditas y curiosas, los argumentos del célebre abate benedictino. El efecto paradójico del libro de Calmet, sin embargo, fue divulgar las truculentas historias de vampiros en el oeste de Europa, seduciendo a espíritus tan anticlericales como Madame Necker, esposa del ministro de Luis XVI y madre de Madame de Stael, quien escribió un tratado titulado "Las inhumaciones precipitadas". Indignado contra el oscurantismo de sus contemporáneos, Voltaire tomó partido en la discusión para señalar, en sus "Cuestiones sobre la Enciclopedia" de 1772, que los auténticos vampiros no se contaban precisamente entre los muertos: "Era en Polonia, en Hungría, en Silesia, en Moravia, en Austria, en Lorena, donde los muertos se daban estos banquetes. No se oía hablar de vampiros en Londres y menos en París. Confieso que en estas dos ciudades hubo especuladores, usureros, gente de negocios, que chuparon en pleno día la sangre del pueblo, pero de ningún modo estaban muertos, aunque sí corrompidos. Esos verdaderos chupasangres no moraban en los cementerios, sino en palacios muy agradables".

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